Mimando nuestra lampara
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La vocación cristiana, sin la Gracia que la sostenga y la alimente, al final es como una lámpara que no se enciende, que no sirve para nada.
La vocación es un regalo, es un don y hay que acogerlo, pero luego hay que procurar cada día de nuestra vida el aceite que la mantenga encendida, fresca, útil, viva… y por mucho que yo quiera compartir mi aceite con otra persona… ¡es que no puedo! porque la Gracia es personal e intrasferible.
No puedo repartir la Gracia a costa de dejar mi lámpara sin fuerza, sin llama, sin luz.
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